Como ya se ha comentado al comienzo de la introducción, los megalitos no suelen estar muy accesibles, ya que su conservación se debe, en gran medida, a lo escondido de su ubicación. Además, hoy por hoy, pocos son los lugares de la geografía ibérica que se han percatado de las posibilidades turísticas de los megalitos, y ello significa que, en líneas generales, su señalización es nula o muy deficiente.
En este marco general sobre los dólmenes y menhires de España y Portugal, a la aventura del mantenimiento de un monumento hay que unir las dificultades de su búsqueda. Y ello posee su gracia, ya que una excursión cultural premeditada no tiene a priori nada que ver con el medio que circunda al monumento, ni con la interacción del hombre en el paisaje de la zona. Con ello sólo se quiere recordar que la curiosidad por llegar a un megalito, la voluntad por alcanzar una meta, supone ineludiblemente pisar campo, conocer zonas rurales y, adentrarse en áreas sin cobertura para los teléfonos móviles. Además, salir de la rutina, recorrer terrenos desconocidos para el homo urbano, genera una inquietud difícil de explicar.
Los alpinistas siempre recuerdan el esfuerzo como un medio para alcanzar la cima escarpada. El pescador persigue durante horas los segundos de combate con un pez que no desea ser apresado. El cazador disfruta con la localización, y con la milésima de segundo que dura el contacto visual previo al disparo. El buscador de dólmenes alcanza un poco de cada una de las sensaciones descritas, ya que al adentrarse en un medio desconocido, hay que unir el estrés provocado por la aproximación, y el desasosiego por no hallar el megalito a la primera. La recompensa supone el alivio por el fin de la incertidumbre, y el disfrute de una obra humana con gran significado.