Dólmenes y Menhires
Las leyendas populares se acogen a seres extraordinarios, que según las zonas tienen diferentes denominaciones (gigantes, hadas, gentiles, moras, moros, Sansón, Roldán) para explicar la construcción de estructuras con piedras grandes.
La arqueología experimental nos ha desvelado la posibilidad de realizar megalitos por parte del hombre primitivo, pero también nos ha demostrado que la actividad, en horas de trabajo, fue colosal, y que supuso un retraimiento deliberado de la actividad individual diaria, que la coordinación de muchos individuos estaba bien dirigida, y por último, que el trabajo estaba planificado y requería una especialización no observada anteriormente. Las fases de construcción de un dolmen eran:
1. Extracción de las losas. La piedra utilizada solía ser la que abundaba alrededor del emplazamiento elegido. Muchas podían recogerse en la superficie, pero otras eran extraídas de canteras mediante cuñas, hachas y astas de ciervo.
2. Labrado de las losas. En algunas ocasiones, la piedra encontrada o sacada de las canteras tenía la forma adecuada para ser colocada en el dolmen. Pero lo normal era que la losa tuviera que ser labrada. El granito era un material ideal para este trabajo, pero también se labraba cualquier tipo de roca que abundase, aunque no fuese tan dura, como la pizarra, la cuarcita, el gneis, la caliza y hasta el aglomerado.
3. Transporte de las piedras talladas. Es la fase más espectacular, y una de las más estudiadas. Es cierto que el emplazamiento, aun elegido por ser estratégico, no solía distar más de unos cientos de metros del afloramiento o cantera de piedras. Sin embargo hay ocasiones en las que el acarreamiento era de varios kilómetros. En todos los casos se solía utilizar la tracción humana mediante sogas, raíles y rodillos de madera (método mediante el cual muchos siglos después los vikingos nos mostraron cómo sus barcos eran capaces de cruzar enormes distancias por tierra).
Los estudios de Atkinson en Stonehenge, Heyerdahl en la Isla de Pascua, y Mohen en Bougon, atestiguan la viabilidad del transporte, y llegan hasta a cuantificar la fuerza requerida para el arrastre: dieciséis hombres por tonelada transportada. Conociendo que ciertas cubiertas de algunos dólmenes (Menga en Antequera), superan las 200 toneladas, se puede calcular que hicieron falta más de tres mil hombres para arrastrarlas.
Caso paradigmático en el transporte es el caso de Stonehenge. Al enorme tamaño de los pilares, hay que unir que los mismos se obtenían a cientos de kilómetros del emplazamiento definitivo. Ello significa que, a la ingeniería megalítica descrita hasta ahora, hubo que unir el desplazamiento de las rocas en barcaza por estuarios y ríos: algo increíble si no conociésemos que en Egipto las canteras se encontraban en Asuán, y los templos y pirámides cientos de kilómetros Nilo abajo.
4. El levantamiento de las losas era un momento crítico. El uso de palancas, calzos, zanjas y sogas permitía colocarlas verticalmente sin excesivo esfuerzo. La verticalidad se aseguraba apilando piedras y tierra en la parte exterior de la piedra.
5. El diseño de la planta del monumento suponía una tradición arquitectónica consolidada, y traspasada de generación en generación. El plan de obra o ensamblaje requería notables cálculos de equilibrios de fuerzas o anulación de empujes para que la estructura no se desmoronase. Una vez levantadas y estabilizadas todas las losas de la cámara y el corredor con el túmulo, se procedía a rellenar la cámara para evitar que las piedras se fueran hacia adentro, y para culminar la construcción con la colocación de la cubierta. Una vez afianzada la estructura, la cubierta se deslizaba por la pendiente del túmulo hasta quedar establecida correctamente. La dificultad de la colocación de la cubierta hizo que a lo largo del tiempo se desarrollasen soluciones técnicas más sencillas, como es el caso de la falsa cúpula de los tholoi. Ya con cubierta, se vaciaba la cámara, y se recubría toda la estructura con el túmulo de piedra y tierra.

El sorprendente proceso constructivo genera consideraciones a tener en cuenta. La primera es que permite conocer el tamaño del grupo humano que hizo falta para realizar un megalito. A priori, la conclusión es simple: sin la unión de varias poblaciones neolíticas, el dolmen hubiera sido inviable.
La segunda es que la construcción necesitaba un largo proceso que exigía trabajo voluntario que separaba al homo agroganadero de sus campos y animales. Sólo un motivo religioso arraigado, como ya se ha demostrado en otros periodos con la construcción de los moais en la Isla de Pascua, o de las pirámides y templos de Egipto, pudo justificar la coordinación de comunidades vecinas sin que se descalabrasen unos a otros.